La imagen clásica de una crisis de epilepsia es bien conocida del gran público: el sujeto pega un grito, cae al suelo y presenta sacudidas de su cuerpo; está inconsciente, no responde, saliva abundantemente, respira con dificultad y puede por esta razón volverse morado. Esta escena no dura sino pocos minutos; después el individuo vuelve en sí, se queda confundido unos instantes y no se acuerda después de lo que ha sucedido.
Esta crisis se conoce desde la antigüedad. Todas las civilizaciones, en todos los continentes, en un momento dado, han considerado esta enfermedad como una expresión de la cólera de los dioses que han enviado un demonio a hacer presa del paciente y a agitarlo.
Es solamente al fin del siglo XVIII que estos enfermos empiezan a ser considerados como tales, pero hubo que esperar al siglo XIX para tener las primeras medicinas para su control. La “epileptología” como especialidad médica toma vuelo con la aparición de la electroencefalografía.
Si la concepción peyorativa de la epilepsia, en buena hora, ha evolucionado, la epilepsia sigue cargada de un sentimiento afectivo del que el paciente que la sufre, frecuentemente rechazado por los suyos, es la víctima.
LA sociedad tradicional no da empleo al sujeto con epilepsia, o resiente que uno de sus miembros se case con una persona afectada. Sin embargo, personalidades ilustres en la historia de la humanidad han sufrido esta enfermedad, como Julio César, Van Gogh, Flaubert o Dostoievski, para no citar sino cuatro. Ellos son la prueba de que esta afección es compatible con una vida intelectual, no solamente normal sino hasta GENIAL. No es sino en los casos, por fortuna más bien escasos, de una epilepsia particularmente severa, acompañada de trastornos mentales o conductuales, que el epiléptico no puede llevar una existencia normal u ocupar un puesto en el mundo del trabajo.
La crisis de epilepsia no es sino la consecuencia de una súbita modificación del funcionamiento eléctrico de un grupo de células nerviosas o neuronas, frecuentemente consecutiva a una lesión cerebral. Todos nosotros podemos sufrir una crisis de epilepsia, al no estar inmunes, por ejemplo, a un traumatismo cráneo- encefálico que la desencadene. Pero las manifestaciones epilépticas pueden ser muy diversas, según la naturaleza de los fenómenos que intervienen a nivel cerebral, su modo de propagación y su duración.
A pesar de que la epilepsia se presenta en ocasiones con síntomas clínicos impresionantes, ella no ocasiona trastornos mentales y es un error el que muchos, iniciados y profanos, continúen asimilándola a una perturbación mental. Hay que saber luchar contra tal percepción errónea de la enfermedad, puesto que la crisis y su tratamiento no son las únicas dificultades, desgraciadamente, que debe enfrentar el que la sufre: “Ser epiléptico es también enfrentar la actitud de la sociedad”.
La epilepsia no es una tragedia.
¿Cuál es el significado de una crisis convulsiva y de una epilepsia?
Una crisis convulsiva es un fenómeno agudo, en general breve y transitorio. Es una crisis cerebral que resulta de una descarga excesiva (como una descarga eléctrica) de un grupo más o menos grande de neuronas.
Esta descarga eléctrica se manifiesta por signos clínicos que pueden ser percibidos por otras personas que la atestiguan, o, a veces, solo por el paciente que la sufre. Puede tratarse de una pérdida súbita de la conciencia, de fenómenos motores (movimientos involuntarios de las extremidades o de la cara), de fenómenos sensitivos (hormigueos), sensoriales (modificación de las percepciones visuales, auditivas, gustativas), y/o psíquicas (impresión súbita de un ensueño, de irrealidad, de extrañeza).
Una crisis convulsiva no constituye en sí misma una enfermedad. Sólo la repetición de crisis convulsivas a través de los años en un mismo paciente constituye lo que se conviene en llamar EPILEPSIA, o sea una afección crónica.
¿Qué exámenes se deben realizar en un paciente con crisis convulsivas?
Las convulsiones constituyen un síntoma y el término “epilepsia” no es un diagnóstico. Para llegar a establecer la causa de una crisis es necesario que el médico especialista (neurólogo) ordene exámenes complementarios que le permitirán llegar, en la mayoría de los casos, al diagnóstico exacto.
Así, pedirá un examen de sangre, con determinaciones del nivel de hemoglobina (para descartar anemia), de urea y creatinina (para evaluar la función renal, cuya deficiencia también puede llevar al desencadenamiento de episodios de pérdida de la conciencia), de sodio, potasio, calcio, fósforo y otros oligoelementos cuyos niveles en exceso o en déficit pueden provocar también convulsiones.
Muchas veces una curva de tolerancia a la glucosa determinará que es una hipoglicemia (una baja del nivel de la glucosa en la sangre) la culpable de las convulsiones, y evitará al paciente el que sea etiquetado de “epiléptico” y sometido a un tratamiento largo y costoso.
Pero los test más importantes, sin duda, son la investigación neurofisiológica del sistema nervioso (la electroencefalografía y los potenciales evocados) y los procedimientos de neuroimagen (tomografía computarizada y, en casos especiales, resonancia magnética). Esto permitirá la evaluación del funcionamiento y de la estructura del cerebro. Entonces se podrá plantear el tratamiento científico, basado en hechos comprobados por estos medios que aseguran un índice de certeza diagnóstica muy elevado.